This is a story about a mother and the pains she went through to keep her ailing youngest daughter alive, while the Japanese could have killed them both at any time, or a stray American bullet could hit them as well.
She was no ordinary mother. She was perhaps the most influential female Chamorro on the island, before, during and after the war. Agueda Iglesias Johnston was a school teacher from a very early age and was quickly given more leadership roles and became principal of Guam's only public high school, George Washington, before the war.
If the Japanese were to be suspicious of any Chamorro, one of them would have to be Agueda. She was part of the American system of Guam, teaching Chamorro children English and American patriotism. She was married to an American, and an ex-military man at that. Indeed Agueda was suspected, of helping George Tweed, the lone American fugitive from the Japanese, or at least of knowing his whereabouts. They suspected she was involved in the underground radio, which fed war information to a select few. So, she was periodically dragged into Japanese interrogations and suffered beatings. That is a story in itself.
AT ORDOT
By the time they reached Ordot, just two miles from Hagåtña, the youngest child, Eloise, aged 11 years, was too sick to keep moving. Eloise had been ill nearly the entire Japanese Occupation. They thought perhaps the shock of seeing her father shipped off to prison camp in Japan was too much for the young girl, who was just eight years old at the time. So Agueda told the rest of her children, some already in their 20s, to move on ahead and she would stay behind with Eloise in the abandoned house of Mariana León Guerrero in Ordot.
Okinawan and Korean forced laborers who were working on an airstrip but who deserted it under American fire found Agueda and Eloise in the home. They ordered Agueda to cook the foods the men found, but their foraging for food was spotted by American planes and soon those American planes were shooting the house! The house was also close to a radio station used by the Japanese and also to a Japanese camp, so the house was always a target for the American flyers.
Then, one of Agueda's sons, Tom, came to the house urging his mother to follow him to Mañenggon. Agueda refused, saying Eloise's temperature was so high that they couldn't move. They were in the hands of God, she said. If the Lord took Eloise, Agueda had a pick and shovel ready. Tom left without mother and sister.
Another surprise came when a Japanese doctor appeared and rather quickly told Agueda to take the medicine he was handing her and run away with the child.
FRANK PÉREZ
Not long after the doctor disappeared just as quickly as he appeared, Agueda saw the top of a head passing the window. She called out in Chamorro. It was Frank Pérez, Goyo. He was looking for food for his mother, but seeing Agueda' situation, he promised to help her.Just then, Segundo León Guerrero appeared, his leg swollen four times its normal size after a dog bit him. A Japanese doctor said he could do nothing more for Segundo. Pérez cut open the wound and let the puss drain. Then he and his brother Gregorio found a scrawny cow and an old buggy. Attaching planks and mattresses to the buggy, they placed Eloise and Segundo on them. Accompanied by José Quitugua they started their journey towards Mañenggon.
FROM MAÑENGGON TO REFUGEE CAMP
When word came to the thousands sheltering in Mañenggon that American troops had met some Chamorros, and when they noticed that the Japanese guards had quietly disappeared, thousands of people began marching across the hills and valleys of the central terrain towards Hågat, safely behind American lines. They met up with US Marines who escorted the long line of people to safety. Eloise was being carried on her stretcher by Manuel Mesa, Cristóbal Benavente and Henry Butler.
Eloise's temperature hovered around 103 degrees still, and Agueda doubted she would make it. It didn't help that Eloise couldn't even believe the Americans were there. Agueda walked a good distance ahead to find a Marine. She told the Marine there was a sick girl back in the line who wanted to see an American and that she may not make it. The Marine walked back to Eloise.
Eloise said, "I've been sick since the Japanese came and sent my daddy away. Now he's dead and I don't want to live anymore."
The Marine patted her and said, "You're safe now, little girl. The Americans are here and we'll never leave you again." Eloise bent up and said, "I'm better now. I want to walk." And walk she did, which was a relief, since there was a point where the trail was so narrow, with steep edges on both sides, that a stretcher would have presented a problem.
When they arrived at a camp, she rode her first jeep to a hospital. Her temperature was now normal. Eloise lived for the next 75 years, passing away in 2019 at the age of 86. May she and Agueda rest in peace.
ELOISE AND ÁGUEDA AFTER THE WAR
In 1947, Águeda her children invisiting Tucson, AZ
(L-R Eloise, Margaret, with baby daughter, Águeda and Thomas)
VERSIÓN ESPAÑOLA
(traducida por Manuel Rodríguez)
ÁGUEDA Y ELOISE
Ésta es la historia de una madre y el dolor que sufrió para
mantener con vida a su hija más pequeña y enferma, mientras que los japoneses
podrían haberlas matado a ambas, o una bala estadounidense perdida también
podría haberlas alcanzado.
Ella no era una madre cualquiera. Ella fue quizás la
chamorra más influyente en Guam, antes, durante y después de la guerra. Águeda
Iglesias Johnston fue maestra de escuela desde muy temprana edad y rápidamente
se le asignaron más funciones de liderazgo y se convirtió en directora de la
única escuela secundaria pública de Guam anterior a la guerra, la George
Washington.
Si los japoneses sospecharan de algún chamorro, uno de ellos
tendría que ser Águeda. Ella era parte del sistema estadounidense de Guam,
enseñando a los niños chamorros, inglés y patriotismo estadounidense. Estaba
casada con un americano, un ex militar. De hecho, se sospecha que Águeda, ayudó
a George Tweed, el solitario fugitivo estadounidense de los japoneses, o al
menos sabía su paradero. Sospechaban que estaba involucrada en la radio
subterránea, que proporcionaba información de guerra a los americanos. Por todo
ello, fue conducida periódicamente a interrogatorios japoneses y sufrió
palizas. Aunque ésa es en sí misma, otra historia.
Alrededor del 10 de julio de 1944, después de más de un mes
de terroríficos bombardeos estadounidenses, los japoneses ordenaron a los
chamorros del centro y norte de Guam marchar hacia varios campamentos
designados. La idea era mantener a la población chamorra aislada y lejos de los
lugares de batalla para mantenerlos fuera de peligro y asimismo evitar que
informaran a los estadounidenses con los que podrían encontrarse. Tå'i fue un
punto de encuentro para los diversos grupos que formaron la marcha hacia los
campos. Entonces Águeda y sus hijos empacaron lo que pudieron y comenzaron a
marchar hacia Tå'i.
Cuando llegaron a Ordot, a solo dos millas de Agaña, la niña
más pequeña, Eloise, de 11 años, estaba demasiado enferma para seguir la
marcha. Eloise había estado mal durante casi toda la ocupación japonesa.
Pensaron que tal vez la sorpresa de ver a su padre enviado al campo de
prisioneros en Japón era demasiado para la joven, que tenía solo ocho años en
ese momento. Entonces Águeda le dijo al resto de sus hijos, algunos que ya tenían
20 años, que siguieran adelante y ella se quedaría con Eloise en la casa
abandonada de Mariana León Guerrero en Ordot.
Los trabajadores forzados de Okinawa y Corea que trabajaban
en una pista de aterrizaje pero que la abandonaron bajo el fuego estadounidense
encontraron a Águeda y Eloise en la casa. Le ordenaron a Águeda que cocinara
los alimentos que encontraron aquellos hombres, pero su búsqueda de comida fue
detectada por aviones estadounidenses y ¡pronto esos aviones estaban disparando
a la casa! La casa también estaba cerca de una estación de radio utilizada por
los japoneses y también de un campamento japonés, por lo que la casa siempre
fue un blanco para los aviadores estadounidenses.
Entonces, uno de los hijos de Águeda, Tom, llegó a la casa pidiendo
a su madre que lo siguiera a Mañenggon. Águeda se negó, diciendo que la fiebre
de Eloise era tan alta que no podían moverse. Estaban en manos de Dios, dijo
ella. Si el Señor se llevaba a Eloise, Águeda tenía un pico y una pala listos
para enterrarla. Tom se fue sin su madre y su hermana.
Otra sorpresa llegó cuando apareció un médico japonés y
rápidamente le dijo a Águeda que tomara el medicamento que le estaba entregando
y que se fuera con la niña.
Poco después de que el médico desapareciera tan rápido como
había aparecido, Águeda vio la punta de una cabeza pasar por la ventana. Era
Frank Pérez, alias Goyo. Estaba buscando comida para su madre, pero al ver la
situación de Águeda, prometió ayudarlas.
En ese momento, apareció también Segundo León Guerrero, con
la pierna hinchada cuatro veces su tamaño normal después de que un perro lo
mordiera. Un médico japonés dijo que no podía hacer nada más por Segundo. Frank
Pérez abrió la herida y dejó que el pus saliera. Luego, él y su hermano
Gregorio encontraron un viejo carro tirado por una flaca vaca. Sujetando
tablones y colchones al carro, acostaron a Eloise y a Segundo sobre ellos.
Acompañados por José Quitugua, comenzaron su viaje hacia Mañenggon.
Siguiendo el río Ylig hacia el interior hasta el valle de Mañenggon,
el carro no pudo atravesar el camino áspero de la selva. Entonces
desengancharon el carro y llevaron a Eloise en una camilla improvisada.
Acordaron dejar que Segundo esperara al lado del camino y lo vendrían a buscar
más tarde.
Cuando se corrió la voz entre las miles de personas que se
refugiaban en Mañenggon de que las tropas estadounidenses se habían encontrado
con algunos chamorros, y cuando notaron que los guardias japoneses habían
desaparecido silenciosamente, miles comenzaron a marchar a través de las
colinas y los valles del terreno central hacia Agat, con seguridad, detrás de
las filas estadounidenses. Se reunieron con marines americanos que escoltaron a
la larga fila de personas a un lugar seguro. Eloise estaba siendo llevada en su
camilla por Manuel Mesa, Cristóbal Benavente y Henry Butler.
La fiebre de Eloise rondaba los 40 grados todavía, y Águeda
dudaba que pudiera seguir adelante. No ayudó que Eloise ni siquiera pudiera
creer que los estadounidenses estaban allí. Águeda caminó una buena distancia
para encontrar a un marine. Ella le dijo al marine que había una niña enferma
en la fila que quería ver a un estadounidense y que tal vez no lo lograría. El
marine regresó a Eloise.
Eloise dijo: "He estado enferma desde que vinieron los
japoneses y se llevaron a mi papá. Ahora está muerto y no quiero vivir
más".
El marine le dio unas palmaditas y dijo: "Ahora estás a
salvo, pequeña. Los estadounidenses están aquí y nunca más te dejaremos."
Eloise se inclinó y dijo: "Estoy mejor ahora. Quiero caminar." Y
caminó, lo cual fue un alivio, ya que había un punto donde el sendero era tan
estrecho, con bordes empinados a ambos lados, que una camilla causaría
problemas.
Cuando llegaron a un campamento, ella montó en su primer
jeep a un hospital. Su temperatura ahora era normal. Eloise vivió durante los
siguientes 75 años y falleció en 2019 a la edad de 86 años. Que ella y Águeda
descansen en paz.
I am in such awe at the determination and resilience of Chamorros, especially during such a horrific event (war).
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